Casas Rurales en La Iglesuela del Cid

El municipio de La Iglesuela del Cid, con 40 km² de superficie, se extiende por el este de la provincia de Teruel, en Aragón, limitando con la provincia de Castellón e integrado en la Comarca del Maestrazgo.

La Iglesuela del Cid está declarada Conjunto Histórico Artístico desde 1982. Está atravesada por dos riachuelos que la dividen en dos, en la parte central, con forma de triángulo, se encuentran los edificios más importantes. Esta parte estuvo amurallada y cuenta con cinco portales de acceso, constituyendo lo que antiguamente fue la villa medieval.

De las diversas edificaciones de La Iglesuela del Cid destacan la Iglesia de la Purificación, resultado de varias ampliaciones, que data del siglo XVII; el Santuario de la Virgen del Cid, del siglo XVIII; así como el Palacio Matutano-Daudén, de una gran riqueza interior, considerándose  una joya la doble escalera monumental con barandilla en celosía típica del Maestrazgo, en la actualidad convertida en Hospedería de Aragón, sin perder su talante señorial. Otra mansión señorial que perteneció a la familia Daudén es la “Casa de las Notarías”, con tres ventanas ajimezadas, que destaca por su pureza estilística y por sus proporciones. Además, cabe destacar los palacios renacentistas de Aliaga y Guijarro.

Otras edificaciones de interés en La Iglesuela del Cid son la Ermita de Loreto, del siglo XVII; la Ermita de San Roque, del siglo XVIII; el Ayuntamiento, del último tercio del siglo XV o principios del XVI.

En la Calle Mayor encontrarás el último taller artesano de la Provincia de Teruel, la artesanía textil Puig.

Destacada es también  en La Iglesuela del Cid, la arquitectura de piedra seca, declarada Bien de Interés Cultural y exclusiva de la región del Maestrazgo, se trata de construcciones vinculadas a las formas de vida, cultura y tradiciones del pueblo aragonés y se caracterizan por los muros secos de losas calizas que han servido para mantener al ganado alejado de los campos parcelados, para delimitar fincas y caminos y para construir cabañas redondas, también llamadas “casas ibéricas”, que servían de refugio, almacén o establo a los agricultores.